De todas las técnicas artísticas, la acuarela es la más sensible a los efectos de la luz. Una acuarela, a medida que va acumulando tiempo de exposición, se va decolorando casi imperceptiblemente. Es al cabo de los años cuando se percibe con claridad que ha perdido su viveza de colorido original y se va agrisando. El efecto es tan notable que muchos acuarelistas de hoy imitan erróneamente en sus obras actuales ese agrisamiento propio de las acuarelas antiguas. Creen así que emplean la paleta de colores original de un acuarelista famoso. Sin embargo, es un error, ya que esas acuarelas en realidad han perdido la frescura de su color auténtico.
Una acuarela original, antes de ser sometida en una cámara a una exposición intensiva a rayos ultravioleta. |
La misma acuarela tras un periodo de exposición en la cámara. la pérdida del colorido original es evidente |
Esta fragilidad de la acuarela es tan notoria, que las marcas que fabrican pinturas a la acuarela, clasifican sus gamas de colores en función de su grado de transparencia y de resistencia la la luz , que va de permanente, resistente a la luz, medio, fugaz o extremadamente fugaz. Además hay que tener en cuenta que el papel de acuarela también es muy sensible a los efectos de la luz, amarilleandose y perdiendo elasticidad.
Acuarela original de Girtin, uno de los grandes acuarelistas ingleses del S. XVII, en la que se observa claramente el agrisamiento general del color. |
La conclusión es que es imprescindible proteger a las acuarelas de los excesos de iluminación. Quien visita una galería de acuarelas o pasteles en un museo, lo primero que le llama la atención es la iluminación tan atenuada que hay en la sala, precisamente para evitar esos deterioros. Obviamente en nuestra casa no podemos estar a oscuras, pero si tomar algunas precauciones (protegerlas de los rayos solares, nada de focos ni luces intensas) para evitarnos algún disgusto posterior.
JOSE PAYA ZAFORTEZA
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